En artículos anteriores he hecho referencia en más de una ocasión a la importancia de reconocernos todos como seres humanos diferentes unos de otros. Las personas no razonamos igual ni respondemos igual ante situaciones similares. A la incapacidad de ver a las demás como personas diferentes de uno mismo le hemos llamado narcisismo.
La diferencia en la forma de funcionar de las personas no sólo viene de la historia de cada uno, donde hemos visto que se producen las heridas y se generan los fantasmas que cada uno arrastra. También hay marcadas diferencias en el funcionamiento de cada género por el sólo hecho de ser hombres o mujeres.
Para todos es intuitivamente cierto que hombres y mujeres no sólo tenemos diferencias físico-morfológicas sino que también sentimos las cosas diferentes y razonamos diferente. Conocer las grandes diferencias de género no es suficiente. Es importante también conocer las diferencias sutiles para poder llevar una vida mucho más sana en nuestros vínculos de pareja.
Sexo y cerebro en el vientre materno
Al inicio, es decir en la concepción y un poco después, todos somos femeninos. Es recién hacia la octava semana de formación que nuestra glándula hipófisis envía un mensaje que hará que los genitales se exterioricen, en el caso de tratarse de un varoncito, o se queden como están, si se trata de una mujercita.
Mientras eso sucede en la manifestación sexual física, el cerebro va desarrollándose igual para ambos hasta la semana 32, en que la corteza cerebral termina de formarse en su forma básica. Aquí empieza un proceso que durará casi hasta la adolescencia y que consiste en la muerte de casi la mitad de las neuronas de una corteza que, a la manera de un bloque de mármol, será tallada de forma diferente para ellos que para ellas. Al momento del nacimiento, 8 semanas después, tendremos un cerebro de hombre, con los lóbulos parietales más desarrollados, o un cerebro de mujer, con una mayor cantidad de materia gris en las áreas corticales. Las primeras dominan lo espacial y las segundas el lenguaje. Adicionalmente el sistema límbico (nuestro cerebro primitivo) de las niñas (y no así el de los niños) estará preparado para el desarrollo de futuras conductas protectoras de los hijos.
Diferentes capacidades desde el nacimiento
Las diferencias mencionadas seguirán manifestándose también a partir del momento del nacimiento. Así, las niñas tendrán una mayor sensibilidad al aislamiento o la falta de contacto. La falta de contacto (visual o físico) las hace entrar en angustia mucho antes de lo que lo haría a un varón. Esto explica, al menos en parte, el por qué de la necesidad de las mujeres adultas de establecer vínculos mucho más íntimos que los varones. Ellas sentirán mucho más ansiedad o angustia frente a todo lo que interpreten como distancia o aislamiento, cosa que a los varones (que no lo viven de la misma manera) les costará trabajo entender. Ellas prefieren incluso romper radicalmente una relación antes de exponerse a estas sensaciones.
En cambio el niño recién nacido tiene una mayor sensibilidad a los más pequeños estímulos. Ellos se sobresaltan cinco veces más que las niñas ante una sobre-estimulación en los cambios ambientales (ruido, luz, sensaciones internas, temperatura, etc.). Estos los angustian más que a las niñas recién nacidas. Si uno mira a un bebé varón, éste estará mirando a todas partes sin poder mantener un contacto visual muy prolongado. En cambio las niñas sí lo harán.
En la infancia y adolescencia
Si uno mira jugar a un grupo de niños de 7 años verá que las niñas se toman un largo tiempo en planificar su juego, prefiriendo los juegos de rol a los individuales. En cambio los niños buscarán los deportes en los que la exhibición personal sea lo principal. A esta edad, un partido de fútbol de niños varones parecerá un enfrentamiento de tantos equipos como jugadores estén en la cancha. Cuando uno recibe la pelota intentará no soltarla hasta hacer el gol en cualquiera de los dos arcos.
Las niñas están más preocupadas de generar vínculos de intimidad para, desde ellos, funcionar, exhibirse, criticarse, hablar, etc. Los niños, en cambio, no buscan la intimidad, preocupándose por competir frente a todos los demás. Les importa más quién es el más fuerte, quien juega mejor a la pelota o quien tiene el papá con más dinero.
En la adolescencia estas características se mantienen y se añaden algunas más. La mujercitas desarrollan una mayor tendencia a la protección emocional, sobre todo de las personas más cercanas, y los hombrecitos reaccionarán mal frente a todo lo que les limite su sensación de independencia. Aquí cabe resaltar que desde el inicio de la menstruación y hasta la menopausia, las mujeres estarán e mayor riesgo de desarrollar trastornos psíquicos que los hombres. Ellas serán más vulnerables a la depresión y a la ansiedad, y tenderán a ser mucho más impulsivas como una forma defensiva frente a la angustia.
Poniendo todos los ingredientes juntos
Es importante observar que estas diferencias no implican problemas psicológicos y debemos tomarlas como realidades que producirán diferencias en la manera de comportarse entre hombres y mujeres.
Al común de las mujeres les importará todo aquello que las ayude evitar la sensación de falta de contacto. Desde un punto de vista grupal, buscarán la generación de espacios íntimos y se sentirán mejor con el diálogo y la comunicación. Si se trata de una gerente, buscará generar intimidad y confianza en sus equipos de trabajo y relaciones más horizontales, olvidando algunas veces las jerarquías. En las relaciones de pareja, se angustiará con todo aquello que le produzca una sensación de aislamiento, particularmente con los silencios y distancias de sus parejas. Muchas mujeres se quejan, por ejemplo, que sus esposos no las miran a los ojos cuando ellas les hablan y su actitud de escucha es demasiado pasiva, como si no les interesara cuando ellas les hablan, pero esto no siempre es cierto.
Los hombres en cambio son muy sensibles a las sensaciones de vergüenza y fracaso, y harán todo lo posible por evitar sentirlos. Se manejan mucho mejor en un ambiente público (donde pueden competir y demostrar sus capacidades) que en uno íntimo (donde suelen sentirse juzgados y quedar expuestos a la vergüenza). En el trabajo un gerente se siente mejor respetando las jerarquías que buscando relaciones más horizontales. Trabajan bien en equipo mientras quede claro quién es el jefe. Manejan mejor la frustración en lo público pero la frustración en la intimidad los puede hundir en una profunda depresión. Se sienten más cercanos a sus parejas cuando éstas les demuestran el aprecio por todas sus cualidades, ayudándoles a alejar cualquier sensación de vergüenza o fracaso. Por el contrario, se sienten alejados cuando no entienden sus cambios repentinos (ya que éstos los angustian) o cuando sus parejas sólo demandan de ellos o los hacen sentir vergüenza o fracaso.
La diferencia en la forma de funcionar de las personas no sólo viene de la historia de cada uno, donde hemos visto que se producen las heridas y se generan los fantasmas que cada uno arrastra. También hay marcadas diferencias en el funcionamiento de cada género por el sólo hecho de ser hombres o mujeres.
Para todos es intuitivamente cierto que hombres y mujeres no sólo tenemos diferencias físico-morfológicas sino que también sentimos las cosas diferentes y razonamos diferente. Conocer las grandes diferencias de género no es suficiente. Es importante también conocer las diferencias sutiles para poder llevar una vida mucho más sana en nuestros vínculos de pareja.
Sexo y cerebro en el vientre materno
Al inicio, es decir en la concepción y un poco después, todos somos femeninos. Es recién hacia la octava semana de formación que nuestra glándula hipófisis envía un mensaje que hará que los genitales se exterioricen, en el caso de tratarse de un varoncito, o se queden como están, si se trata de una mujercita.
Mientras eso sucede en la manifestación sexual física, el cerebro va desarrollándose igual para ambos hasta la semana 32, en que la corteza cerebral termina de formarse en su forma básica. Aquí empieza un proceso que durará casi hasta la adolescencia y que consiste en la muerte de casi la mitad de las neuronas de una corteza que, a la manera de un bloque de mármol, será tallada de forma diferente para ellos que para ellas. Al momento del nacimiento, 8 semanas después, tendremos un cerebro de hombre, con los lóbulos parietales más desarrollados, o un cerebro de mujer, con una mayor cantidad de materia gris en las áreas corticales. Las primeras dominan lo espacial y las segundas el lenguaje. Adicionalmente el sistema límbico (nuestro cerebro primitivo) de las niñas (y no así el de los niños) estará preparado para el desarrollo de futuras conductas protectoras de los hijos.
Diferentes capacidades desde el nacimiento
Las diferencias mencionadas seguirán manifestándose también a partir del momento del nacimiento. Así, las niñas tendrán una mayor sensibilidad al aislamiento o la falta de contacto. La falta de contacto (visual o físico) las hace entrar en angustia mucho antes de lo que lo haría a un varón. Esto explica, al menos en parte, el por qué de la necesidad de las mujeres adultas de establecer vínculos mucho más íntimos que los varones. Ellas sentirán mucho más ansiedad o angustia frente a todo lo que interpreten como distancia o aislamiento, cosa que a los varones (que no lo viven de la misma manera) les costará trabajo entender. Ellas prefieren incluso romper radicalmente una relación antes de exponerse a estas sensaciones.
En cambio el niño recién nacido tiene una mayor sensibilidad a los más pequeños estímulos. Ellos se sobresaltan cinco veces más que las niñas ante una sobre-estimulación en los cambios ambientales (ruido, luz, sensaciones internas, temperatura, etc.). Estos los angustian más que a las niñas recién nacidas. Si uno mira a un bebé varón, éste estará mirando a todas partes sin poder mantener un contacto visual muy prolongado. En cambio las niñas sí lo harán.
En la infancia y adolescencia
Si uno mira jugar a un grupo de niños de 7 años verá que las niñas se toman un largo tiempo en planificar su juego, prefiriendo los juegos de rol a los individuales. En cambio los niños buscarán los deportes en los que la exhibición personal sea lo principal. A esta edad, un partido de fútbol de niños varones parecerá un enfrentamiento de tantos equipos como jugadores estén en la cancha. Cuando uno recibe la pelota intentará no soltarla hasta hacer el gol en cualquiera de los dos arcos.
Las niñas están más preocupadas de generar vínculos de intimidad para, desde ellos, funcionar, exhibirse, criticarse, hablar, etc. Los niños, en cambio, no buscan la intimidad, preocupándose por competir frente a todos los demás. Les importa más quién es el más fuerte, quien juega mejor a la pelota o quien tiene el papá con más dinero.
En la adolescencia estas características se mantienen y se añaden algunas más. La mujercitas desarrollan una mayor tendencia a la protección emocional, sobre todo de las personas más cercanas, y los hombrecitos reaccionarán mal frente a todo lo que les limite su sensación de independencia. Aquí cabe resaltar que desde el inicio de la menstruación y hasta la menopausia, las mujeres estarán e mayor riesgo de desarrollar trastornos psíquicos que los hombres. Ellas serán más vulnerables a la depresión y a la ansiedad, y tenderán a ser mucho más impulsivas como una forma defensiva frente a la angustia.
Poniendo todos los ingredientes juntos
Es importante observar que estas diferencias no implican problemas psicológicos y debemos tomarlas como realidades que producirán diferencias en la manera de comportarse entre hombres y mujeres.
Al común de las mujeres les importará todo aquello que las ayude evitar la sensación de falta de contacto. Desde un punto de vista grupal, buscarán la generación de espacios íntimos y se sentirán mejor con el diálogo y la comunicación. Si se trata de una gerente, buscará generar intimidad y confianza en sus equipos de trabajo y relaciones más horizontales, olvidando algunas veces las jerarquías. En las relaciones de pareja, se angustiará con todo aquello que le produzca una sensación de aislamiento, particularmente con los silencios y distancias de sus parejas. Muchas mujeres se quejan, por ejemplo, que sus esposos no las miran a los ojos cuando ellas les hablan y su actitud de escucha es demasiado pasiva, como si no les interesara cuando ellas les hablan, pero esto no siempre es cierto.
Los hombres en cambio son muy sensibles a las sensaciones de vergüenza y fracaso, y harán todo lo posible por evitar sentirlos. Se manejan mucho mejor en un ambiente público (donde pueden competir y demostrar sus capacidades) que en uno íntimo (donde suelen sentirse juzgados y quedar expuestos a la vergüenza). En el trabajo un gerente se siente mejor respetando las jerarquías que buscando relaciones más horizontales. Trabajan bien en equipo mientras quede claro quién es el jefe. Manejan mejor la frustración en lo público pero la frustración en la intimidad los puede hundir en una profunda depresión. Se sienten más cercanos a sus parejas cuando éstas les demuestran el aprecio por todas sus cualidades, ayudándoles a alejar cualquier sensación de vergüenza o fracaso. Por el contrario, se sienten alejados cuando no entienden sus cambios repentinos (ya que éstos los angustian) o cuando sus parejas sólo demandan de ellos o los hacen sentir vergüenza o fracaso.
Ahora que sabemos todo esto, podemos pensar dos veces antes de interpretar las reacciones de nuestros amigos o familiares y, sobre todo, de nuestras parejas. Las cosas no siempre son lo que nos parece así que un poco de entendimiento nunca estará de más.
(aparecido en ESTAMPA, suplemento dominical del diario Expreso, Lima-Perú, el día 3-Feb-2008)
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