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HERIDAS Y FANTASMAS

Hace mucho tiempo que deseaba escribir sobre este tema, que es uno al que vengo dedicando bastante observación en el consultorio. Asumo que el lector no tiene ninguna obligación de entender el lenguaje psicoterapéutico así que intentaré ser lo más claro posible ya que, estoy seguro, su debida comprensión es de suma importancia para la comprensión de uno mismo en relación a los demás.

¿Qué es una herida?
Durante el transcurso de nuestra vida nos caemos un sinnúmero de veces y en cada caída nos hacemos heridas. Así como sucede en lo físico también sucede en lo psicológico. “Caer”, desde el punto de vista psicológico es como vivir eventos que nos dejan “maltrechos” emocionalmente. Estas caídas dejan huellas emocionales a las que también llamamos heridas. Así, por ejemplo, aquellas personas que han estado expuestas a situaciones extremas (como una guerra, por ejemplo) quedarán con secuelas emocionales que son como las heridas del cuerpo ya que cada vez que algo las recuerda, la persona se descompone. Este es el llamado Síndrome o Trastorno de Estrés Post-Traumático.

Pero no todas las heridas tienen que ser tan extremas: la infidelidad de una pareja, el engaño del mejor amigo, el padre que nos abandonó cuando éramos pequeños son buenos ejemplos de eventos que suelen causar heridas que, a lo largo de la vida, nos van a hacer sentir sus marcas.

Así como una herida en el cuerpo las heridas emocionales deben ser curadas y cicatrizadas, y nunca es tarde para hacerlo. Si esto no se hace entonces cada vez que se presenta una situación que nos hace evocar la herida abierta la tendencia será a reaccionar defensivamente. Algunas veces la mejor defensa es el ataque, por lo que muchas veces se termina agrediendo a la persona causante de reactivar nuestro dolor. Alcanzamos a darnos cuenta pero desgraciadamente después que hemos reaccionado.

Y entonces… ¿qué es un fantasma?
Un fantasma es una cosa muy distinta a una herida. Los eventos sufridos durante nuestra vida y la relación con nuestros afectos más importantes van moldeando en nosotros una manera de ver la vida y, sobre todo, de sentirla. La forma en que aprendemos a relacionarnos con nuestra madre (desde el nacimiento o incluso antes), luego con nuestro padre y hermanos, y luego con todo lo que nos rodea desde nuestra más tierna infancia, va dejando huellas mucho más sutiles que a manera de angustias y culpas van instalándose en nuestro inconsciente. Como en la vida tratamos compulsivamente de huir de aquello que nos produzca angustia, al final se va formando una especie de lente a través de la cual vemos y sentimos todo lo que va sucediendo alrededor nuestro.

Esta lente se convierte en la forma en que interpretamos las cosas: la madre que está convencida que los hijos hacen cosas por fastidiarla, el esposo que siente que la esposa no considera todo su esfuerzo porque realizó algunos gastos demás para la casa, el amigo que siente que sus amigos sólo desean hacerlo quedar mal, cuando nos deprimimos porque sentimos que no nos toman en cuenta, son ejemplos de esos momentos en que lo más probable sea que se trate de una interpretación errónea de los hechos guiada por la evocación de esas angustias y temores de los que hablamos. A estas imágenes angustiantes del pasado que funcionan desde el inconsciente como esa lente a través de la que sentimos e interpretamos algunos eventos de nuestra vida, es a lo que llamamos fantasmas.

Dos hombres llegan cada uno a su casa y descubren, por igual, que sus esposas no tienen lista la cena. Uno de ellos de inmediato interpreta este hecho como una falta de amor de la esposa ya que considera que todo lo que él hace por ella le hace, por lo menos, merecedor de este tipo de atenciones. Convencido que su esposa no lo toma en cuenta, luego de una escena, prefiere irse de la casa a cenar en cualquier restaurante, solo.

El otro hombre que vive la misma experiencia no llega a la misma conclusión. Piensa que algo debió suceder a su compañera que le impidió tener la cena a tiempo. Con sencillez decide ayudarla y ambos se ponen a cocinar mientras conversan de las experiencias del día.

¿Quién ha sido víctima de un fantasma? En el primer caso nuestro hombre ha interpretado el mismo hecho guiado por sus propias angustias y temores. Su terror a no ser adecuadamente considerado es tan grande que el mismo evento, que podría ser interpretado como lo hizo el segundo hombre, de inmediato se convierte en algo más.

Resumiendo:
  • Un fantasma es inconsciente, lo que quiere decir que actúa sin que nos demos cuenta ni antes, ni durante, ni después del hecho.
  • No todos los fantasmas son iguales y podemos tener más de uno.
  • Su origen es muy antiguo, se remonta a la forma en que aprendimos a relacionarnos desde el nacimiento hasta nuestra infancia.
  • Una herida es más consciente y luego de nuestra reacción a ella podemos darnos cuenta de lo sucedido.
  • No todas son iguales y podemos tener más de una.
  • Su origen es mucho más reciente, posiblemente desde que tenemos consciencia y recuerdo de las cosas y pueden seguir ocurriendo siempre.

Aunque podemos separar ambos conceptos, no es extraño que observemos a ambos juntos y encontremos fantasmas detrás de heridas o heridas que despierten fantasmas. De otro lado, no es raro encontrar parejas que parecieran haberse elegido de modo que los fantasmas de uno despierten los del otro, de modo que todo se convierta en una especie de casa embrujada. Creo que el siguiente punto nos ayudará a entender mejor esta dinámica.

Dinámica de las heridas y fantasmas en las relaciones de pareja
Tanto heridas como fantasmas intervienen en todas nuestras relaciones y con mayor razón se filtran dentro de nuestras relaciones de pareja. Por lo tanto, podríamos decir que una pareja está compuesta por sus dos miembros pero que, además, cada uno lleva a la relación su cargamento de heridas y fantasmas. Esto es algo a tener en cuenta ya que la presencia de ambos elementos suele ser una de las causas más frecuentes de pérdida de conexión en la pareja.

Cecilia y César conforman una pareja típica. Ambos divorciados e iniciando su década de los cuarenta, decidieron vivir juntos hace poco más de un año. Se quieren y respetan, y uno siente que ninguno de ellos tiene interés en engañar u ocultar cosas al otro. Como la mayoría de las parejas, Cecilia y César nunca se habían puesto a definir cuáles eran aquellas cosas que mayores angustias les causaban dentro de una relación.

Cecilia era consciente de haber salido herida de relaciones anteriores y su conclusión era que “todos los hombres son unos perros: se aprovechan de una y después la dejan tirada”. Dentro de esta lógica impuesta por sus heridas, ella hacía lo que sea para mantenerse en forma y verse muy atractiva, como si quisiera asegurarse que su hombre esté siempre pendiente de ella y, de esta manera, tener ella el control de las distancias. César, en cambio, no sentía haber salido herido de sus anteriores relaciones y cuando hablaba de sus heridas refería más bien a las veces en que su madre lo había humillado y hecho sentirse como un inútil. Recordaba que de pequeño ésta solía acusarlo si razón alguna y que él siempre se desesperaba por hacerle entender de su inocencia. En cuanto a recuerdos infantiles Cecilia contaba que siempre había sentido que era la menos querida de las tres hermanas y que las atenciones parentales siempre iban hacia su hermana mayor o hacia la más pequeña.

Un día César estaba trabajando con la computadora cuando Cecilia se acerca completamente segura que su marido estaba chateando con alguna mujer. “Seguro que ya estás chateando con tus mujeres” –le increpó– “¡Déjame ver tus contactos del messenger!”. César, que en realidad había estado trabajando, se puso nervioso no tanto por la posibilidad de ser descubierto comunicándose con alguna mujer (cosa que sentía que no hubiera tenido por qué ocultar) sino porque la situación removió de inmediato situaciones en las que había sido acusado por su madre de haber hecho cosas que nunca había hecho. Al ver su rostro movilizado por estas angustias personales, Cecilia sintió más bien que sus sospechas de infidelidad virtual quedaban plenamente confirmadas y sus miedos se hicieron aún mayores. Su temor inconsciente a ser dejada de lado se hizo mayor y, por lo tanto, respondió mucho más agresiva aún. Ante esta arremetida envolvente, César sólo atinó a defenderse de la manera que había estado acostumbrado a hacerlo, es decir, enredándose como un niño que inútilmente intenta explicar su inocencia.
Luego de este episodio, que casi les cuesta la relación, Cecilia había salido convencida de que su esposo hace cosas sucias a sus espaldas y César había comprobado que, según él, ella estaba tan loca como su madre.

Este ejemplo, que es real, nos permite ver la dinámica de las heridas y fantasmas dentro de una pareja. Como adelantamos, unas cosas evocan a otras y se traspasan de una persona a otra: Cecilia atribuye su reacción inicial a su desconfianza en los hombres y es consciente que es algo que lleva como una herida. Ver a su esposo en la computadora fue asociado, desde el dolor de su herida, al engaño pero también le despertó el fantasma del temor a ser dejada de lado. Para ella lo que estaba viendo tenía que explicarse a partir de este temor. Era como si hubiera una voz que le decía que otra vez sería engañada y abandonada, como la había sido de pequeña y como lo habían hecho sus anteriores parejas. Entrando en la lógica del fantasma, ella no estaba dispuesta a sufrir nuevamente estos atropellos por lo que todos sus impulsos se dirigieron a poner el límite a su esposo, un límite para algo que en realidad no estaba sucediendo.

En cuanto a César, lejos de reaccionar manejando la situación con la calma suficiente como para poder contener a su esposa, también fue víctima de sus viejos fantasmas. Su rostro asustado no era por haber sido sorprendido en un acto ilícito, sino por una situación que inconscientemente ya conocía y que le causaba mucho temor. Su fantasma era el del temor a no ser apreciado realmente con todas sus virtudes y su reacción la misma desde la infancia: dedicarse compulsivamente explicar que no era culpable de los hechos que le imputaban. Otra persona hubiera podido hasta ignorar las erróneas acusaciones que le hacía su mujer, sin embargo él, que se había pasado la vida intentando recuperar la confianza de su madre, se llenaba de angustia.

Por el momento vamos a dejar a Cecilia y César aquí ya que lo que nos interesaba era poder entender cuán mezclados aparecen estos conceptos en la realidad.


Conclusiones
Cabe aclarar que aquí estamos en el contexto de una pareja que honestamente quiere construir una relación. Si existen infidelidades u otro tipo de problemas graves de desconexión, éstos deben ser manejados de otra manera.

Recordemos que de las relaciones con nuestros seres queridos vamos generando, en mayor o menor grado, nuestros propios fantasmas y recibiendo nuestras primeras heridas emocionales. Es muy importante entender que son parte de las vicisitudes del vivir y que no tenemos por qué estar libres de ellos. Para poder construir relaciones sanas, es recomendable que conozcamos cuáles son esas heridas y esos fantasmas que llevamos a cuestas. No es tarea fácil y en algunos casos la ayuda de un profesional puede ser de mucha utilidad.

Recordemos que los fantasmas tienden a sustituir nuestra interpretación de la realidad con elementos (visiones) basados en temores y angustias inconscientes. Nos dejan convencidos de nuestra propia visión de las cosas y no dejan espacio alguno para otras explicaciones posibles. Algunas de las frases comúnmente usadas que podrían indicar la presencia de fantasmas son las siguientes: “Pero es obvio que lo hacía por fastidiarme”, “Tú nunca me ayudas”, “Tú siempre me dejas solo”, “No valoras todo lo que hago por ti”. El uso continuo de los “nuncas” y los “siempres” es también un indicador.

Cuando nos asalte el dolor de una herida o la angustia de un fantasma, lo único que nos puede ayudar es la confianza. Retroceder un poco y mirar a la persona que tenemos delante a partir de la confianza construida. Buscar en el tiempo las cosas buenas y aferrarse a ellas hasta que la angustia se calme. No existe otra forma de poder espantarlos.
Por último, cuando en una pareja se produce la colusión de los fantasmas, es decir, cuando los fantasmas de uno despiertan a los fantasmas del otro (como en el ejemplo que vimos más arriba) se produce lo que se conoce como “locura de a dos” y en estos casos es imprescindible la intervención de un terapeuta.

(aparecido en ESTAMPA, suplemento dominical del diario Expreso, Lima-Perú, los días 20 y 27 de Enero de 2008)

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me gusto su blog también me dedico a dar terapia y talleres de parejas espero no le moleste tome un poco de referencia este tema para un futuro taller saludos y excelente trabajo!!

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