Hace poco leí un libro de Deborah Tannen, autora a la que alguna vez he citado. El libro (que recomiendo) se llama “¡lo digo por tu bien!” y la versión en castellano está editada por Editorial Paidos de España. El presente artículo puede considerarse una revisión del primer capítulo del libro desde mi experiencia en psicoterapia psicoanalítica de parejas y familias.
¿No les ha sucedido alguna vez que un aparentemente inocente comentario de una persona cercana (normalmente la pareja, la madre o un hermano) los ha hecho sentir tremendamente mal? Peor aún, después del comentario bomba siempre sigue el remate: “pero por qué lo tomas a mal si tú sabes que lo digo porque te quiero”.
Veamos el siguiente ejemplo: Alma y Alberto están casados desde hace 15 años. Tienen dos hijos en edad escolar a los que Alma atiende amorosamente levantándolos por la mañana y preparándoles la lonchera desde muy temprano antes que los recoja la movilidad. Un día que Alberto se despertó antes de lo que suele hacer para ayudar a su familia hizo el siguiente comentario mientras Alma preparaba los sándwiches que los niños llevarían en la lonchera: “Me parece que los chicos deberían llevar cosas más nutritivas al colegio”. Inmediatamente Alma sintió que se trataba de una crítica injusta, que era como decirle que ella no hacía bien las cosas, y reaccionó diciendo: ”Entonces de ahora en adelante tú te encargarás de las loncheras”, a lo que Alberto respondió: “¡Por qué te molestas si sólo trato de ayudarte!”.
Este ejemplo me hizo recordar también a cuando invitaba a mi madre a comer a mi casa. Siempre encontraba algo que sugerirme sobre la preparación del plato principal. Yo siempre terminaba contestando: “Madre, yo estoy cocinando así que lo hago como yo quiera”, y ella siempre terminaba diciendo: “¡Pero por qué me contestas así, si tú sabes que lo que quiero es ayudarte porque te quiero!”. Ahora también pienso en cuántas nueras sienten algo parecido en comentarios de las suegras respecto a temas como la crianza de los hijos/nietos, la alimentación de los maridos/hijos o el arreglo de la casa.
Mensaje y Metamensaje
Estos breves diálogos nos introducen en el mundo del “lo dicho” y “lo sentido”. No siempre lo dicho por el que habla (emisor) está en concordancia con lo sentido por el que escucha (receptor), como lo muestran los ejemplos mencionados. La comunicación humana no consta solamente de palabras, sino de palabras que resuenan en el mundo de lo emocional gracias a un proceso intermedio que los psicoanalistas llamamos “simbolización”. En efecto cada vez que un emisor dice algo, el receptor (1) escucha las palabras, (2) procesa convirtiendo lo escuchado en simbolizaciones derivadas de nuestra propia historia, y (3) entiende el mensaje del emisor modulando lo escuchado a través de las emociones que vienen ligadas a aquellas simbolizaciones. Simbolizar tiene que ver, entonces, con añadir nuestra experiencia emocional al mensaje emitido. De esta manera se complementa su entendimiento, se revela más información y, en los casos más extremos, el mensaje puede ser modificado completamente.
Al significado literal de las palabras los lingüistas le llaman simplemente “mensaje” y a ese mensaje oculto, revelado sólo por las emociones que nos provoca nuestro propio proceso de simbolización del mensaje, es lo que los lingüistas llaman “metamensaje”. Gracias al proceso de simbolización (convertir un mensaje en símbolos propios con significado emocional) es que podemos descifrar el metamensaje. Por ejemplo, cuando Alberto le dice a Alma que sus hijos debieran llevar una lonchera más nutritiva, Alma no entiende el mensaje literal y la prueba de ello es que no contesta algo como: ”Sé que lo que les estoy colocando hoy de lonchera no es tan nutritivo, pero si haces un balance de la semana verás que en general sí lo es”. Su contestación no obedece al mensaje sino al metamensaje ya que se siente criticada por su esposo y lo que interpreta es: “Tú no haces nada bien”. Alberto puede reaccionar escudándose en la literalidad de sus palabras y aduciendo que él es una persona que intenta ser objetiva. Alma, en cambio, se refugia en la experiencia de sentir que su esposo nunca aprueba nada de lo que ella hace.
Como pueden observar, este pequeño instante en que el mensaje es traducido por el proceso de simbolización es la puerta abierta para algo que hemos hablado alguna vez: las heridas y los fantasmas. Tanto heridas como fantasmas condicionan el entendimiento y lo cuantifican con los nuncas y los siempres.
No queremos decir con esto que toda traducción de mensaje en metamensaje sea una tergiversación de la realidad. Muchas veces es un complemento bastante sano al entendimiento literal como sucede en el siguiente ejemplo: Maria Lourdes tiene un hijo pequeño de 8 años que un día se apareció con unas flores evidentemente arrancadas del jardín de la vecina, diciéndole: “mamá te traje estás flores”. A ella, aún a sabiendas que esto le traerá problemas, le invade tal ternura que el metamensaje que lee es: “mami te quiero mucho”. Como vemos, el eje mensaje-metamensaje no necesariamente implica algún nivel de patología.
Una observación: hablamos del eje mensaje-metamensaje cuando hay intervención del proceso emocional. Por ejemplo cuando mi hijo pequeño me dice: “Papá vamos a Polvos Rosados” yo de inmediato adivino que quiere que le compre un juego para su Play Station. Aquí lo que se está dando es un proceso lógico llamado silogismo y no hay intervención de lo emocional y estamos exclusivamente en el plano del mensaje. Sin embargo, si yo veo que mi hijo tiene muchas tareas, está mal en notas y me dice lo mismo, de inmediato puedo sentir que “está más interesado en jugar que en estudiar”, puedo leer este otro mensaje y tomar acciones al respecto.
Tanto en las parejas como en las familias el eje mensaje-metamensaje está presente siempre ya que son los lugares en donde normalmente vivimos nuestra mayor intimidad y nuestras defensas más adultas (las que solemos usar mucho más en un ambiente más público y menos íntimo) están descargadas.
Conexión y control
Cuando mi madre, según el ejemplo inicial, me dice cómo debo preparar la comida, yo he sentido que intenta controlarme y de esta manera me defiendo reclamando mi derecho a hacer las cosas como yo quiera en mi propia casa. Sin embargo es posible que esto no sea visto por ella como un deseo de controlar sino como su deseo de verme aún dependiente de ella y, por lo tanto, aún “conectado” a ella. Su deseo de controlar las cosas está más vinculado a sentirse aún emocionalmente conectada conmigo más que con un deseo de recortar mi independencia.
Tanto las familias como las parejas juegan permanentemente también en el eje conexión-control. La forma de buscar conexión entre sus miembros está marcada, muchas veces, por la búsqueda del control de las distintas situaciones.
En artículos anteriores hemos hablado sobre la importancia de la sensación de estar-conectado-con para mantener el vínculo de pareja. También hemos señalado que aquello que causa esta sensación no siempre es igual en hombres y mujeres, que es lo que trae muchas veces confusión a las parejas. Sin embargo, algo que siempre crea una sensación (sobredimensionada) de conexión es el éxito en el control.
Si tengo éxito haciendo que mi pareja haga lo que a mí me parece, me siento definitivamente conectado a ella. Si deseo que mi pareja me reconozca en el esfuerzo por sacar adelante nuestra relación, haré lo posible porque así sea y esto me dará una sensación de conexión única. Si ella desea que yo le comunique hasta mis sentimientos más privados y lo logra, se sentirá definitivamente conectada a mí. En ambos casos se pasará previamente por propuestas de control como el medio para conseguir la conexión.
Cómo eludir el problema de los metamensajes
Una tendencia mecanicista podría ser identificar al control como el metamensaje y a la conexión con el mensaje. Esto no es exacto, como podemos ver en el siguiente gráfico:
¿No les ha sucedido alguna vez que un aparentemente inocente comentario de una persona cercana (normalmente la pareja, la madre o un hermano) los ha hecho sentir tremendamente mal? Peor aún, después del comentario bomba siempre sigue el remate: “pero por qué lo tomas a mal si tú sabes que lo digo porque te quiero”.
Veamos el siguiente ejemplo: Alma y Alberto están casados desde hace 15 años. Tienen dos hijos en edad escolar a los que Alma atiende amorosamente levantándolos por la mañana y preparándoles la lonchera desde muy temprano antes que los recoja la movilidad. Un día que Alberto se despertó antes de lo que suele hacer para ayudar a su familia hizo el siguiente comentario mientras Alma preparaba los sándwiches que los niños llevarían en la lonchera: “Me parece que los chicos deberían llevar cosas más nutritivas al colegio”. Inmediatamente Alma sintió que se trataba de una crítica injusta, que era como decirle que ella no hacía bien las cosas, y reaccionó diciendo: ”Entonces de ahora en adelante tú te encargarás de las loncheras”, a lo que Alberto respondió: “¡Por qué te molestas si sólo trato de ayudarte!”.
Este ejemplo me hizo recordar también a cuando invitaba a mi madre a comer a mi casa. Siempre encontraba algo que sugerirme sobre la preparación del plato principal. Yo siempre terminaba contestando: “Madre, yo estoy cocinando así que lo hago como yo quiera”, y ella siempre terminaba diciendo: “¡Pero por qué me contestas así, si tú sabes que lo que quiero es ayudarte porque te quiero!”. Ahora también pienso en cuántas nueras sienten algo parecido en comentarios de las suegras respecto a temas como la crianza de los hijos/nietos, la alimentación de los maridos/hijos o el arreglo de la casa.
Mensaje y Metamensaje
Estos breves diálogos nos introducen en el mundo del “lo dicho” y “lo sentido”. No siempre lo dicho por el que habla (emisor) está en concordancia con lo sentido por el que escucha (receptor), como lo muestran los ejemplos mencionados. La comunicación humana no consta solamente de palabras, sino de palabras que resuenan en el mundo de lo emocional gracias a un proceso intermedio que los psicoanalistas llamamos “simbolización”. En efecto cada vez que un emisor dice algo, el receptor (1) escucha las palabras, (2) procesa convirtiendo lo escuchado en simbolizaciones derivadas de nuestra propia historia, y (3) entiende el mensaje del emisor modulando lo escuchado a través de las emociones que vienen ligadas a aquellas simbolizaciones. Simbolizar tiene que ver, entonces, con añadir nuestra experiencia emocional al mensaje emitido. De esta manera se complementa su entendimiento, se revela más información y, en los casos más extremos, el mensaje puede ser modificado completamente.
Al significado literal de las palabras los lingüistas le llaman simplemente “mensaje” y a ese mensaje oculto, revelado sólo por las emociones que nos provoca nuestro propio proceso de simbolización del mensaje, es lo que los lingüistas llaman “metamensaje”. Gracias al proceso de simbolización (convertir un mensaje en símbolos propios con significado emocional) es que podemos descifrar el metamensaje. Por ejemplo, cuando Alberto le dice a Alma que sus hijos debieran llevar una lonchera más nutritiva, Alma no entiende el mensaje literal y la prueba de ello es que no contesta algo como: ”Sé que lo que les estoy colocando hoy de lonchera no es tan nutritivo, pero si haces un balance de la semana verás que en general sí lo es”. Su contestación no obedece al mensaje sino al metamensaje ya que se siente criticada por su esposo y lo que interpreta es: “Tú no haces nada bien”. Alberto puede reaccionar escudándose en la literalidad de sus palabras y aduciendo que él es una persona que intenta ser objetiva. Alma, en cambio, se refugia en la experiencia de sentir que su esposo nunca aprueba nada de lo que ella hace.
Como pueden observar, este pequeño instante en que el mensaje es traducido por el proceso de simbolización es la puerta abierta para algo que hemos hablado alguna vez: las heridas y los fantasmas. Tanto heridas como fantasmas condicionan el entendimiento y lo cuantifican con los nuncas y los siempres.
No queremos decir con esto que toda traducción de mensaje en metamensaje sea una tergiversación de la realidad. Muchas veces es un complemento bastante sano al entendimiento literal como sucede en el siguiente ejemplo: Maria Lourdes tiene un hijo pequeño de 8 años que un día se apareció con unas flores evidentemente arrancadas del jardín de la vecina, diciéndole: “mamá te traje estás flores”. A ella, aún a sabiendas que esto le traerá problemas, le invade tal ternura que el metamensaje que lee es: “mami te quiero mucho”. Como vemos, el eje mensaje-metamensaje no necesariamente implica algún nivel de patología.
Una observación: hablamos del eje mensaje-metamensaje cuando hay intervención del proceso emocional. Por ejemplo cuando mi hijo pequeño me dice: “Papá vamos a Polvos Rosados” yo de inmediato adivino que quiere que le compre un juego para su Play Station. Aquí lo que se está dando es un proceso lógico llamado silogismo y no hay intervención de lo emocional y estamos exclusivamente en el plano del mensaje. Sin embargo, si yo veo que mi hijo tiene muchas tareas, está mal en notas y me dice lo mismo, de inmediato puedo sentir que “está más interesado en jugar que en estudiar”, puedo leer este otro mensaje y tomar acciones al respecto.
Tanto en las parejas como en las familias el eje mensaje-metamensaje está presente siempre ya que son los lugares en donde normalmente vivimos nuestra mayor intimidad y nuestras defensas más adultas (las que solemos usar mucho más en un ambiente más público y menos íntimo) están descargadas.
Conexión y control
Cuando mi madre, según el ejemplo inicial, me dice cómo debo preparar la comida, yo he sentido que intenta controlarme y de esta manera me defiendo reclamando mi derecho a hacer las cosas como yo quiera en mi propia casa. Sin embargo es posible que esto no sea visto por ella como un deseo de controlar sino como su deseo de verme aún dependiente de ella y, por lo tanto, aún “conectado” a ella. Su deseo de controlar las cosas está más vinculado a sentirse aún emocionalmente conectada conmigo más que con un deseo de recortar mi independencia.
Tanto las familias como las parejas juegan permanentemente también en el eje conexión-control. La forma de buscar conexión entre sus miembros está marcada, muchas veces, por la búsqueda del control de las distintas situaciones.
En artículos anteriores hemos hablado sobre la importancia de la sensación de estar-conectado-con para mantener el vínculo de pareja. También hemos señalado que aquello que causa esta sensación no siempre es igual en hombres y mujeres, que es lo que trae muchas veces confusión a las parejas. Sin embargo, algo que siempre crea una sensación (sobredimensionada) de conexión es el éxito en el control.
Si tengo éxito haciendo que mi pareja haga lo que a mí me parece, me siento definitivamente conectado a ella. Si deseo que mi pareja me reconozca en el esfuerzo por sacar adelante nuestra relación, haré lo posible porque así sea y esto me dará una sensación de conexión única. Si ella desea que yo le comunique hasta mis sentimientos más privados y lo logra, se sentirá definitivamente conectada a mí. En ambos casos se pasará previamente por propuestas de control como el medio para conseguir la conexión.
Cómo eludir el problema de los metamensajes
Una tendencia mecanicista podría ser identificar al control como el metamensaje y a la conexión con el mensaje. Esto no es exacto, como podemos ver en el siguiente gráfico:
Los conflictos se producen con mayor fuerza cuando el mensaje aparenta buscar conexión pero en el metamensaje se lee control (flecha de color rojo en el gráfico) y se produce menos conflicto cuando se es más directo y el mensaje es claro en sus intenciones (flecha de color azul). Un ejemplo típico de esta línea azul es el trato con los adolescentes el mensaje de los padres debe ser abiertamente de control, aunque debajo (metamensaje) la idea es crear conexión con el hijo.
En general, si nos ubicamos sólo en el eje de Mensaje-Metamensaje, la solución al conflicto estará siempre en hacer que la conversación se ubique en uno solo de los lados del eje: o hablamos del mensaje o hablamos del metamensaje y siempre con honestidad.
Esto no siempre resulta sencillo, existiendo casos en los que es hasta muy complicado como los siguientes:
- Personalidades que tienden a ser absolutamente literales y con dificultades en el simbolizar.
- Personas muy perturbadas por sus heridas y fantasmas que les hacen sentir sensaciones muy distorsionadas y fuera de la realidad.
- Personas que esconden sus sentimientos detrás de una fuerte máscara de racionalidad, negando los sentimientos de los demás.
- Personalidades infantiles y extremadamente impulsivas.
- Adolescentes y niños.
- Casos de psicosis.
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