El Sr. XY terminó una relación de 4 años y hasta ahora no ha logrado dejar de pensar en su pareja. A pesar que es consciente que esa relación le hacía mucho daño, sufre y no tiene ningún interés por el trabajo. Hace más de un año que ella lo dejó y aún hoy, luego de unos tragos, llora desconsoladamente y tiene que hacer muchos esfuerzos por no irla a buscar.
La Sra. XX enviudó luego de sólo tres meses de matrimonio y no se explica porqué Dios, que le dio la felicidad, se la quitó tan pronto. Para ella ya nada tiene sentido y afirma estar molesta con Dios por haberla maltratado tanto. Ya no piensa siquiera en la vida que pudo haber tenido o en los momentos buenos que alcanzó a disfrutar. Sólo siente mucha rabia.
Mujeres, hombres, niños, jóvenes, adultos. Las pérdidas no respetan edades, género ni orientación sexual. Perdemos seres queridos porque fallecen; parejas porque las relaciones terminan; perdemos trabajos a los que estábamos acostumbrados por años. Y luego de la pérdida nos hundimos en esa sensación de falta profunda que nos limita en la acción, que nos aturde, que nos quita el deseo de continuar, que nos pone a pensar siempre en lo mismo y que, algunas veces incluso, nos produce una culpa inmensa o una identificación con la persona ausente.
Aunque el concepto de duelo puede aplicarse también a la pérdida de cualquier objeto en el que hemos colocado mucho de nosotros (un trabajo, un animal muy querido, etc.), en lo que sigue vamos a centrarnos en el duelo que proviene de la pérdida de otro ser, que puede ser el ser amado que se aleja en una relación o la muerte de un ser querido o la muerte de la mascota favorita para un niño. Repito lo que dije al inicio: tarde o temprano todos pasamos por esta experiencia de pérdida y el subsiguiente período de duelo.
¿Qué es el duelo? Técnicamente lo definimos como la respuesta psicológica ante la pérdida de un ser querido. Desde el punto de vista del psicoanálisis (me gusta más este enfoque) es el período que sigue a una pérdida en el que se espera que el sujeto deba recuperar la energía amorosa invertida en el ser perdido para volver a estar en capacidad de usarla nuevamente. Cuando la persona amada se aleja o muere, sentimos que una parte de nosotros se va con ella y en realidad algo de cierto hay en eso. Se va parte de nuestra energía amorosa o capacidad de amar y en tanto no la recuperemos no será posible volver a funcionar de la misma manera. Ese proceso es muy importante vivirlo antes de poder iniciar otra relación. ¿Cuánto dura? Puede durar entre 6 meses y 2 años. Menos tiempo podría indicar un síntoma de defensas maníacas en la persona y mucho más tiempo podría hablar de un enganche patológico.
Todo duelo duele
Elaborar un duelo no implica eliminar el dolor. ¡Las pérdidas duelen! De lo que se trata es de no quedarse pegado al sufrimiento. Hay diferencia entre dolor y sufrimiento. Cuando uno logra avanzar e ir recuperándose, el recuerdo puede producir dolor, un dolor al que tenemos derecho (muy personal) y que debe ser manejable. Lo que no debemos permitir es el quedarnos atrapados en el sufrimiento, que es el dolor por el solo gusto de que duela, es la erotización del dolor.
Todo duelo es un momento de cambio
Todos sentimos que luego de una pérdida nada será lo mismo. De alguna manera esta intuición es cierta. Sin embargo, quisiera que quedara bien claro el sentido en que debemos tomar esta afirmación: no podemos ser los mismos luego de un duelo ya que elaborarlo implica aprender a ver cosas de uno mismo que no eran muy evidentes. En efecto, para superar el dolor uno debe pasar por un proceso de comprensión y aprendizaje, donde se rescaten las cosas buenas y se identifiquen los errores cometidos, si fuera el caso. El duelo debe verse entonces como una oportunidad para asumirnos como en realidad somos.
Duelos patológicos
Decíamos que tras el dolor de una pérdida uno pierde temporalmente algunas de sus capacidades. Nos deprimimos (depresión reactiva a la pérdida), lloramos, perdemos el deseo, etc. Sin embargo existen personas que se entregan al consumo de alcohol o drogas; otras se aíslan de manera autodestructiva; otras pueden llagar a tener comportamientos compulsivos como buscar a la persona o llamarla insistentemente (si es el caso del fin de una relación) o pensamientos delusivos como pensar que puede comunicarse con la persona fallecida (en el caso de pérdida por muerte). Estos últimos casos están dentro de lo que llamamos duelos patológicos y deben ser manejados con el apoyo de un especialista. Por último, aquellos que dicen que “aman demasiado” y que por ello tienen derecho a sufrir, también están desarrollando un duelo de carácter patológico y debieran recurrir al especialista.
El duelo de los niños
Un niño puede deprimirse ante una pérdida. El niño tiene muchas dificultades para poner en palabras sentimientos que aún no es capaz de entender cabalmente. Por eso toda pérdida (de un abuelito o de uno de los padres) genera duelos que deben ser adecuadamente elaborados por los niños, pero con la ayuda de un adulto. Otra situación que también genera duelo en ellos es la separación de los papás, cuando ésta no es llevada pensando en ellos. Es altamente recomendable, entonces, que un psicólogo especialista en niños converse con ellos y que haga una evaluación para dar algunas directivas a los adultos a su cargo sobre el cómo manejar cada caso.
La Sra. XX enviudó luego de sólo tres meses de matrimonio y no se explica porqué Dios, que le dio la felicidad, se la quitó tan pronto. Para ella ya nada tiene sentido y afirma estar molesta con Dios por haberla maltratado tanto. Ya no piensa siquiera en la vida que pudo haber tenido o en los momentos buenos que alcanzó a disfrutar. Sólo siente mucha rabia.
Mujeres, hombres, niños, jóvenes, adultos. Las pérdidas no respetan edades, género ni orientación sexual. Perdemos seres queridos porque fallecen; parejas porque las relaciones terminan; perdemos trabajos a los que estábamos acostumbrados por años. Y luego de la pérdida nos hundimos en esa sensación de falta profunda que nos limita en la acción, que nos aturde, que nos quita el deseo de continuar, que nos pone a pensar siempre en lo mismo y que, algunas veces incluso, nos produce una culpa inmensa o una identificación con la persona ausente.
Aunque el concepto de duelo puede aplicarse también a la pérdida de cualquier objeto en el que hemos colocado mucho de nosotros (un trabajo, un animal muy querido, etc.), en lo que sigue vamos a centrarnos en el duelo que proviene de la pérdida de otro ser, que puede ser el ser amado que se aleja en una relación o la muerte de un ser querido o la muerte de la mascota favorita para un niño. Repito lo que dije al inicio: tarde o temprano todos pasamos por esta experiencia de pérdida y el subsiguiente período de duelo.
¿Qué es el duelo? Técnicamente lo definimos como la respuesta psicológica ante la pérdida de un ser querido. Desde el punto de vista del psicoanálisis (me gusta más este enfoque) es el período que sigue a una pérdida en el que se espera que el sujeto deba recuperar la energía amorosa invertida en el ser perdido para volver a estar en capacidad de usarla nuevamente. Cuando la persona amada se aleja o muere, sentimos que una parte de nosotros se va con ella y en realidad algo de cierto hay en eso. Se va parte de nuestra energía amorosa o capacidad de amar y en tanto no la recuperemos no será posible volver a funcionar de la misma manera. Ese proceso es muy importante vivirlo antes de poder iniciar otra relación. ¿Cuánto dura? Puede durar entre 6 meses y 2 años. Menos tiempo podría indicar un síntoma de defensas maníacas en la persona y mucho más tiempo podría hablar de un enganche patológico.
Todo duelo duele
Elaborar un duelo no implica eliminar el dolor. ¡Las pérdidas duelen! De lo que se trata es de no quedarse pegado al sufrimiento. Hay diferencia entre dolor y sufrimiento. Cuando uno logra avanzar e ir recuperándose, el recuerdo puede producir dolor, un dolor al que tenemos derecho (muy personal) y que debe ser manejable. Lo que no debemos permitir es el quedarnos atrapados en el sufrimiento, que es el dolor por el solo gusto de que duela, es la erotización del dolor.
Todo duelo es un momento de cambio
Todos sentimos que luego de una pérdida nada será lo mismo. De alguna manera esta intuición es cierta. Sin embargo, quisiera que quedara bien claro el sentido en que debemos tomar esta afirmación: no podemos ser los mismos luego de un duelo ya que elaborarlo implica aprender a ver cosas de uno mismo que no eran muy evidentes. En efecto, para superar el dolor uno debe pasar por un proceso de comprensión y aprendizaje, donde se rescaten las cosas buenas y se identifiquen los errores cometidos, si fuera el caso. El duelo debe verse entonces como una oportunidad para asumirnos como en realidad somos.
Duelos patológicos
Decíamos que tras el dolor de una pérdida uno pierde temporalmente algunas de sus capacidades. Nos deprimimos (depresión reactiva a la pérdida), lloramos, perdemos el deseo, etc. Sin embargo existen personas que se entregan al consumo de alcohol o drogas; otras se aíslan de manera autodestructiva; otras pueden llagar a tener comportamientos compulsivos como buscar a la persona o llamarla insistentemente (si es el caso del fin de una relación) o pensamientos delusivos como pensar que puede comunicarse con la persona fallecida (en el caso de pérdida por muerte). Estos últimos casos están dentro de lo que llamamos duelos patológicos y deben ser manejados con el apoyo de un especialista. Por último, aquellos que dicen que “aman demasiado” y que por ello tienen derecho a sufrir, también están desarrollando un duelo de carácter patológico y debieran recurrir al especialista.
El duelo de los niños
Un niño puede deprimirse ante una pérdida. El niño tiene muchas dificultades para poner en palabras sentimientos que aún no es capaz de entender cabalmente. Por eso toda pérdida (de un abuelito o de uno de los padres) genera duelos que deben ser adecuadamente elaborados por los niños, pero con la ayuda de un adulto. Otra situación que también genera duelo en ellos es la separación de los papás, cuando ésta no es llevada pensando en ellos. Es altamente recomendable, entonces, que un psicólogo especialista en niños converse con ellos y que haga una evaluación para dar algunas directivas a los adultos a su cargo sobre el cómo manejar cada caso.
La mayoría de las veces dejamos pasar el tiempo como esperando que las cosas se solucionen por sí solas. Otras veces negamos el dolor y actuamos compulsivamente. Pensamos que el tiempo lo borra todo y aunque la mayoría de las veces lo hayamos podido lograr solos, puede que no siempre sea así. Si este es el caso, por favor piensen que el dolor que sienten debe ser entendido adecuadamente. En ningún caso más dolor es señal de que amaron más o indicador de lo mucho que se entregaron a la persona perdida. Deben acercarse a un terapeuta para que los ayude a aprender algo más de sí mismos y a superar como se debe esta etapa de su vida.
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